A finales de 2005 viajé a Mali para recorrer la curva del Níger. Durante los meses de abril y mayo de 2006 la edicón española de National Geographic publicó mi trabajo, titulado genéricamente "Diario del Niger". Éste a su vez se dividía en dos capítulos: "Viaje al corazón del río" (abril) y "Timbuctú, la nostalgia de un sueño" (mayo). Las imágenes de ambos artículos se acompañaban de las notas de mi diario de viaje.
Seguir con el dedo sobre un mapa los caprichos de cualquier río siempre es fascinante. Más aún si, como en el caso del Níger, se trata de un río que, pese a nacer cerca del mar, en la cordillera que separa Guinea de Sierra Leona, parece haber elegido el lado equivocado de la montaña y, contra toda lógica aparente, corre en dirección norte, en busca de las inmensidades del Sahara. De camino atraviesa Mali, uno de los países más pobres de la tierra, en el que algo más de diez millones de habitantes se reparten una superficie – en buena parte desierto – que es casi dos veces y media la de España. Pero además el Níger ha sido históricamente una de las vías fundamentales de comunicación entre el Magreb y el África ecuatorial; por ella ha transitado el comercio de la sal, el oro, los esclavos y las más variadas mercancías desde tiempos remotos. También sus aguas guiaron a algunos de los primeros europeos que intentaron alcanzar la mítica ciudad de Timbuctú, durante siglos y siglos cerrada a cal y canto a los “infieles” y cuyo nombre, evocador de misterios y riquezas, nunca dejó de excitar la imaginación, y con frecuencia la codicia, de los pocos viajeros que se aventuraron hasta ella. A todo esto debemos sumar una historia tan sorprendente como poco conocida de moriscos y renegados españoles que, en el siglo XVI, llegaron hasta sus orillas, al servicio del rey de Marruecos, con la misión de conquistar el gran imperio sonrai.
Seguir con el dedo sobre un mapa los caprichos de cualquier río siempre es fascinante. Más aún si, como en el caso del Níger, se trata de un río que, pese a nacer cerca del mar, en la cordillera que separa Guinea de Sierra Leona, parece haber elegido el lado equivocado de la montaña y, contra toda lógica aparente, corre en dirección norte, en busca de las inmensidades del Sahara. De camino atraviesa Mali, uno de los países más pobres de la tierra, en el que algo más de diez millones de habitantes se reparten una superficie – en buena parte desierto – que es casi dos veces y media la de España. Pero además el Níger ha sido históricamente una de las vías fundamentales de comunicación entre el Magreb y el África ecuatorial; por ella ha transitado el comercio de la sal, el oro, los esclavos y las más variadas mercancías desde tiempos remotos. También sus aguas guiaron a algunos de los primeros europeos que intentaron alcanzar la mítica ciudad de Timbuctú, durante siglos y siglos cerrada a cal y canto a los “infieles” y cuyo nombre, evocador de misterios y riquezas, nunca dejó de excitar la imaginación, y con frecuencia la codicia, de los pocos viajeros que se aventuraron hasta ella. A todo esto debemos sumar una historia tan sorprendente como poco conocida de moriscos y renegados españoles que, en el siglo XVI, llegaron hasta sus orillas, al servicio del rey de Marruecos, con la misión de conquistar el gran imperio sonrai.
Río Níger. Los niños regresan de la escuela a través de la duna de Koima.
Puerto fluvial de Gao.